Sunday, May 29, 2005
Desafíos de la política exterior de México en el 2000
durante la ceremonia de ingreso a la
Academia Mexicana de Derecho Internacional
México, D.F., 26 de agosto de 1999
Introducción
Es un gran honor para mí participar en esta ceremonia de ingreso a la Academia Mexicana de Derecho Internacional.
Sobre todo, me enorgullece hacerlo en esta era que nos plantea más oportunidades que nunca para que la política exterior sea una herramienta eficaz, que contribuya decisivamente a impulsar el desarrollo y la prosperidad de México, y para hacer del derecho y la cooperación las bases de un sistema internacional verdaderamente estable y justo.
El fin de la Guerra Fría ha dado paso a un mundo muy complicado, repleto de paradojas e incertidumbres, de oportunidades y peligros. Un mundo nuevo en el que las únicas constantes parecen ser la profundidad y velocidad de los cambios.[1]
La revolución científica y tecnológica; la era de la información; los mecanismos de integración, que profundizan la interdependencia, la regionalización y la globalización; los procesos internos de fragmentación, que dividen a los Estados y recrudecen los nacionalismos, aislacionismos y fundamentalismos de todo tipo; y el crecimiento exponencial de las relaciones intra-nacionales, internacionales, transnacionales e, inclusive, supranacionales, convergen en una nueva agenda global.
Esta agenda vuelve difusa la distinción entre los ámbitos local, interno y externo, modificando la concepción tradicional de soberanía y replanteando constantemente las condiciones para que los Estados y los organismos internacionales cumplan sus funciones y logren sus objetivos.
También están cambiando las condiciones para que México consolide su desarrollo, fortalezca su soberanía, promueva sus intereses en el mundo y supere los desafíos que comparte con la comunidad de naciones.
En un mundo volátil e incierto, de mayor competencia, con más actores y reglas vagas, los mexicanos tenemos que estar preparados.
Debemos comprender los cambios, prever hacia donde se orientan y anticipar su impacto en nuestro país, para tener mayor capacidad de respuesta y, sobre todo, opciones. Esto es indispensable para desarrollar una política exterior que no sólo se adapte a las transformaciones mundiales, sino que se adelante a ellas.
Tenemos las bases para competir y superar los desafíos que nos plantea el mundo. Los cambios que iniciamos en México hace cerca de veinte años nos han permitido avanzar en la reforma del Estado, el fortalecimiento de la economía, y en el respeto y protección de los derechos humanos.
Contamos con una posición geográfica privilegiada, que estamos aprovechando mediante la diversificación de nuestros vínculos comerciales, de inversión y cooperación con otros países.
Y nuestra extraordinaria cultura milenaria nos da una cohesión social y una identidad como nación que nos distinguen en todo el mundo. Especialmente, porque es una cultura capaz de asimilar las aportaciones de otros pueblos, pero preservando valores y manifestaciones claramente distintivas.
Hoy, nuestra gran tarea es consolidar estas bases, aprovecharlas y proyectarlas hacia el exterior. Hay que hacerlo mediante nuevas estrategias y mecanismos, que deben partir de una amplia discusión entre todos los sectores relacionados con la política exterior mexicana.
De esta forma, podremos definir propuestas para fortalecer la soberanía ante las grandes transformaciones mundiales; promover mejor nuestro desarrollo, considerando a los actores internos y externos que relacionan a nuestro país con el mundo; consolidar y diversificar nuestras relaciones con otras naciones y con los organismos internacionales; y participar más activamente en la reforma del sistema internacional y la renovación de las normas que rigen la convivencia mundial.
La Academia Mexicana de Derecho Internacional es el foro ideal para generar las propuestas que nos permitan fortalecer la política exterior de México. Como internacionalista, verdaderamente es un privilegio ingresar a esta prestigiada institución en una época en la que hay tantos temas e ideas que discutir.
Los procesos de globalización
Los cambios que ha experimentado el mundo durante la segunda mitad del siglo XX están modificando la base misma que ha sustentado el sistema internacional desde la Paz de Westfalia: el funcionamiento del Estado-nación soberano.[2]
Uno de los cambios más importantes es el avance de los procesos de globalización.
Como señaló recientemente Emma Rothschild, la directora del Centro de Historia y Economía de la Universidad de Cambridge, la globalización es considerada generalmente como “una condición del presente y el futuro”, un fenómeno sin historia.[3]
En realidad, es un palabra nueva para describir no uno, sino varios procesos que han evolucionado durante siglos, en diferentes etapas y circunstancias. Lo que hace de estos procesos un fenómeno distintivo de nuestro tiempo, es la velocidad y alcance que han adquirido por la innovación científica y tecnológica.
Algunos de los adelantos que más contribuyen a impulsar estas transformaciones se registran en el área de las comunicaciones y el transporte. A partir de los años cincuenta y sesenta, los avances en la aviación comercial, la televisión y la telefonía hicieron que las comunicaciones mundiales comenzaran a crecer exponencialmente. Este fenómeno llevó a especialistas como Marshall McLuhan o John Herz a predecir que el mundo estaba en proceso de convertirse en una “aldea global”.[4]
Una comunidad sin fronteras ni diferencias políticas o culturales, basada en tecnologías y medios de comunicación que crearían un “ambiente sintético” que reemplazaría al “hábitat natural del hombre”.[5]
Hoy en día, la televisión vía satélite, las fibras ópticas, la tecnología digital, los teléfonos celulares y satelitales, e Internet están dando paso a la llamada “revolución informativa”, a la “era de la información”.
Esta revolución, y la caída del muro de Berlín, que liberó a las fuerzas de integración mundial de las ataduras ideológicas del orden bipolar, han provocado un gran avance de los procesos de globalización.
Cambios en la naturaleza del Estado
A partir del fin de la Guerra Fría, se ha registrado una explosión en las relaciones entre los Estados, y entre éstos y un número creciente de actores no gubernamentales que adquieren cada vez mayor relevancia en el escenario internacional.
La evolución de los procesos de integración mundial y regional ha provocado cambios profundos en la composición, el número y la naturaleza de los Estados.
Se han reunificado comunidades que fueron separadas por la historia, como Alemania; están surgiendo nuevas entidades supranacionales; y algunos países se han fragmentado, como resultado de procesos de descolonización y desintegración pacífica o violenta, como en el caso de Checoslovaquia o Yugoslavia.
Así, el mundo ha pasado de 74 Estados en 1946 a más de 190 en la actualidad.[6]
Estos procesos también están afectando la naturaleza del Estado, ya que han propiciado la descentralización política y administrativa de algunos de ellos, fortaleciendo la capacidad de las autoridades locales para ejercer funciones soberanas.[7]
En Europa se presenta el ejemplo más claro, y más avanzado, de la forma en que la naturaleza del Estado cambia ante el choque de estas fuerzas. El proceso de integración regional, que inició desde la década de los cincuenta, ha derivado en una Unión Europea con poderes ejecutivo, legislativo y judicial que asumen decisiones soberanas de 15 países distintos.
Al mismo tiempo que el ejercicio de la soberanía europea adquiere alcances supranacionales, se fragmenta conforme algunas comunidades regionales ganan mayor autonomía.
El expresidente español, Felipe González, señaló a principios del año pasado que esto podría hacer que los Estados se queden “nada más con la bandera”.[8] Por lo pronto, la bandera nacional sigue ondeando en los ayuntamientos de las ciudades de España, Italia o Francia. Pero lo hace al mismo nivel que las banderas de la Unión Europea y de las respectivas comunidades autónomas.
Los actores no gubernamentales
Al tiempo que la naturaleza de los Estados y de sus relaciones se están modificando, éstos han dejado de ser los miembros exclusivos del sistema internacional. Múltiples actores no gubernamentales disponen cada vez de mayores medios y capacidades para interactuar, superando fronteras y mecanismos de control estatales e internacionales.
Corporaciones multinacionales, instituciones financieras privadas, organizaciones no gubernamentales, nuevos grupos de presión transnacionales y medios de comunicación globales, ocupan espacios de poder y ejercen facultades que hasta hace poco eran propias de los gobiernos o de las instituciones internacionales.
En el caso de las ONGs, tan sólo la ONU tiene registradas a más de 20 mil que participan en los trabajos de sus organismos especializados.[9]
La era de la información también ha consolidado a los medios de comunicación globales como actores que influyen decisivamente en el sistema internacional. Los desarrollos tecnológicos de las últimas dos décadas han ampliado los alcances de medios como la radio o la televisión.
Hoy, vivimos los acontecimientos mundiales en tiempo real, ya que las noticias se transmiten desde cualquier lugar y hacia cualquier parte del planeta en el momento mismo en que se generan.
El nuevo poder de que disponen los medios está contribuyendo a que la opinión pública internacional se convierta en el jurado de una “corte transnacional”. En esta corte, algunos medios de comunicación hacen las veces de fiscal y juez, aprueban o condenan el desempeño de los Estados y pretenden dictar las prioridades de la agenda mundial.[10]
Paralelamente, nuevas tecnologías como Internet facilitan la comunicación directa entre las organizaciones y las personas en un mundo paralelo virtual. Un “cyberespacio” que permite informar, comprar, vender, formar alianzas, combatir o cometer delitos.
Aunque el cyberespacio se acerca mucho a las proyecciones de McLuhan y Herz, aún estamos muy lejos de la aldea global que imaginaron. Sin embargo, los efectos de la revolución informativa y de las relaciones virtuales son reales en muchas partes del mundo, y cada vez lo serán más.
En solo tres años, Internet tendrá cerca de 550 millones de usuarios y el comercio electrónico superará el billón de dólares.[11]
Como a toda acción corresponde una reacción, el avance de los procesos de globalización está generando resistencias. Personas, grupos étnicos o religiosos y comunidades nacionales reaccionan defendiendo sus espacios de poder locales y luchan por mantener su unidad a partir de los valores que definen su propia identidad.
Así, en opinión de especialistas como James Rosenau, el proceso simultáneo de “integración sistémica y fragmentación subsistémica” entre Estados y actores no gubernamentales está determinando la evolución del mundo de la Posguerra Fría.[12]
La economía
A nivel económico, el avance de la globalización contribuye al desarrollo de nuevos mercados de alcance mundial y regional.
A principios de los noventa existían menos de 25 acuerdos bilaterales y regionales de integración comercial. En menos de diez años se han firmado más de 60, entre ellos el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.[13]
A su vez, los intercambios comerciales han sido impulsados por el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, que en 1994 se transformó en la Organización Mundial de Comercio. El GATT inició con 23 miembros, y la OMC cuenta ya con 135, aunque faltan por incorporarse países como China.[14]
La liberalización del comercio a nivel regional y mundial ha contribuido a profundizar los cambios en los procesos económicos.
Ahora, la competencia depende menos del trabajo o las materias primas que de la información, el conocimiento y el acceso y aprovechamiento de los sistemas de comunicación. Estos factores se están convirtiendo en eslabones de cadenas productivas que unen a países, industrias y proveedores de servicios de la mayor parte del mundo.
En la nueva economía global, algunas empresas multinacionales obtienen ventajas comparativas desarrollando jornadas laborales diarias no de 24, sino de 48 horas, conectando por Internet a sus filiales en países como China, Estados Unidos, Lituania o la India. Le ganan tiempo al reloj conforme se van empalmando las jornadas matutinas y vespertinas entre trabajadores que desarrollan juntos un mismo producto en el cyberespacio.[15]
Los cambios de la economía global plantean nuevas oportunidades a países como México, que están adaptando sus estructuras económicas a las transformaciones mundiales para ser más eficientes y competitivos.
Sin embargo, también presentan muchos desafíos, como las crisis derivadas de la influencia de los actores privados en los mercados financieros.
En la nueva economía global, las políticas monetarias de los gobiernos tienen que considerar las decisiones de corredores e inversionistas de todo el mundo, conectados a través de más de 200 mil pantallas y terminales electrónicas.[16]
Cada día, éstos mueven cerca de $150 mil millones de dólares mediante transacciones que se realizan en cuestión de segundos y, también, en el cyberespacio.[17]
A estos actores transnacionales se suman actores intra-nacionales, como un gobierno provincial, cuyas decisiones en materia de deuda, por ejemplo, afectan a otros países, y al sistema en su conjunto.
La política
Al igual que sucede con la economía, la política mundial ha experimentado importantes transformaciones.
El peligro de un guerra nuclear entre dos bloques ha sido reemplazado por la proliferación de armas de destrucción masiva, no sólo nucleares, sino químicas y bacteriológicas.
Sin embargo, las principales amenazas a la paz no son las guerras formales entre Estados, sino los choques armados en su interior que pueden derivar en conflictos internacionales. Como ha señalado el ex-editor de Foreign Policy, Charles William Maynes, algunos de estos conflictos son “aterradoramente intensos”, porque, en ocasiones, representan la lucha por la identidad y la supervivencia.[18]
Paralelamente, diversos asuntos que fueron opacados por los conflictos políticos y militares de la Guerra Fría adquieren cada vez mayor importancia en la agenda mundial.
Los procesos de globalización profundizan la interdependencia en ámbitos como la sobrepoblación, la iniquidad social, la pobreza extrema, la escasez de recursos, la degradación ambiental y el crimen organizado. Desde hace años se advirtió que estos retos transnacionales están socavando la estructura social del mundo y que constituyen el mayor desafío de la humanidad.[19]
La distribución inequitativa de la riqueza, entre los países y a su interior, provoca tensiones sociales y migraciones que afectan tanto a las naciones en desarrollo como a las industrializadas.[20]
Mientras la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares diarios, las 200 personas más ricas del mundo han duplicado su fortuna en sólo cuatro años, alcanzando un billón de dólares.[21] Tan sólo la riqueza de Bill Gates, que aumenta cien millones de dólares cada día, supera el producto interno bruto de Hungría, Ecuador y Uruguay juntos.[22]
Así, una parte de la humanidad ha entrado al siglo XXI y goza los beneficios de los avances tecnológicos y de la globalización. No sólo vive en la era de la información, sino comienza a experimentar una nueva era “post-humana”, derivada de los adelantos en áreas como la biotecnología, la ingeniería molecular y la robótica.[23]
Al mismo tiempo, más de la mitad de la humanidad sobrevive en condiciones de pobreza y marginación, y no accede a los beneficios derivados del avance del conocimiento y de la integración mundial.
Como señaló hace poco Jeffrey Sachs, el director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, en gran medida esto se debe a que la innovación tecnológica y científica responde a una racionalidad económica y no social. Lo que se busca es la ganancia financiera, no satisfacer necesidades humanas básicas.[24]
A la desigualdad social se suman la contaminación y la sobreexplotación de los recursos naturales, generando cambios climáticos y fenómenos meteorológicos de una intensidad sin precedente.
Por su parte, los terroristas, las mafias, los cárteles y demás organizaciones criminales expanden sus operaciones por todo el mundo. Al hacerlo, amenazan la soberanía, las instituciones y la seguridad de los Estados, pero, sobre todo, la salud de las sociedades.[25]
El crimen organizado opera con tanto éxito que obtiene ganancias cercanas a un billón y medio de dólares anuales.[26] Una cifra que supera las exportaciones de todos los países asiáticos juntos.[27]
La dimensión regional y global de estos desafíos ha contribuido a generar una mayor conciencia sobre la importancia de la cooperación. Una conciencia que se refleja en la ampliación del Derecho Internacional a campos que tradicionalmente habían sido exclusivos de las leyes nacionales.
Esto sucede, por ejemplo, con las obligaciones que impone la Convención Universal de los Derechos Humanos, o con las normas multilaterales para combatir la corrupción que se impulsan en el marco de la OCDE.
La cultura
Los adelantos tecnológicos y el avance de los procesos de globalización hacen que los Estados ya no compitan únicamente en el terreno económico o político, sino en el de las ideas y la cultura.
A través de los medios de comunicación se proyecta una nueva cultura global, que para algunos analistas significa cultura occidental o, incluso, estadounidense.
La información, los valores y los patrones de consumo que difunden estos medios llegan hasta los sitios más apartados del mundo. Y al igual que sucede con los procesos de globalización económica o política, generan tensiones y resistencias.
Diversos grupos políticos, organizaciones sociales y comunidades nacionales, étnicas y religiosas rechazan toda influencia que se perciba como una amenaza a su identidad o a su supervivencia. Así, las divisiones culturales dinamizan los procesos de fragmentación dentro de los Estados y entre la comunidad internacional.
Benjamin Barber describió este conflicto en 1992 como la lucha entre “McWorld” y “Jihad”, la “globalización” contra el “tribalismo”.[28]
Los investigadores no se han puesto de acuerdo sobre cuál de estas dos fuerzas terminará por imponerse. En 1993, Samuel Huntington avivó la polémica al plantear que los bloques de la Guerra Fría, de carácter político e ideológico, serían sustituidos por nuevos bloques integrados con base en la identidad cultural. Los conflictos entre ellos, o lo que llamó el “choque de las civilizaciones”, determinaría el rumbo de la política mundial.[29]
Aunque el propio Huntington reconoce que esto no ha sucedido y ha matizado sus propuestas, el debate ha contribuido a destacar la nueva importancia de la cultura en la política mundial. [30]
Los debates teóricos
No sólo la cultura, sino todos los asuntos internacionales son objeto de extensas discusiones y controversias entre los especialistas.
La magnitud, velocidad y complejidad de los cambios han puesto de cabeza las teorías que los internacionalistas de mi generación estudiábamos hace sólo quince años.
Durante la Guerra Fría, el análisis de un sistema bipolar dominado por conflictos políticos y militares encuadraba en las teorías realistas de George Kennan y Hans Morgenthau.[31] En la actualidad, ya no contamos con una teoría única que explique lo que pasa con el mundo o hacia dónde se dirige.
Vivimos en una época en la que todo cambia, nada puede darse por sentado y cualquier cosa puede suceder.
Las transformaciones mundiales no sólo son inéditas y complejas, sino que forman parte de procesos a largo plazo que se desarrollan en distintas condiciones y tiempos. Cada uno implica diferentes escenarios posibles, en ocasiones contradictorios.
En este contexto, las discusiones entre los especialistas se han vuelto tan complicadas como la realidad misma.[32] Por eso, encontramos propuestas tan complejas como la “fragmegración” de Rosenau, o tan paradójicas como la “uni-multipolaridad” del propio Huntington.[33]
Las instituciones académicas, los centros de investigación y los medios especializados están tratando de clarificar los términos del debate y presentar escenarios factibles.
Este es el caso de publicaciones como la que presentó la OCDE hace dos años: “El mundo en el 2020: hacia una nueva era global”,[34] y de reportes como el que publicó hace unas semanas The Economist: “La nueva geopolítica: el camino hacia el 2050”.[35]
Aunque aún es pronto para prever la evolución de los procesos de cambio a mediano y largo plazo, hay una tendencia general en la que los especialistas parecen estar de acuerdo: con todas sus diferencias, los fenómenos mundiales están modificando la capacidad de los dos pilares que sustentan el sistema internacional.
Primero, la capacidad de los Estados para ejercer funciones soberanas enfocadas a mantener la seguridad y el orden jurídico; impulsar la prosperidad económica; y preservar la cohesión social y la identidad cultural dentro de su territorio.[36]
Segundo, la capacidad de las normas e instituciones internacionales para garantizar el orden mundial y promover la paz, la justicia y el desarrollo equilibrado de la humanidad.
Sin embargo, la mayoría de los investigadores también consideran que los Estados seguirán siendo la institución básica y el actor clave del sistema internacional. Porque son los únicos que siguen teniendo la legitimidad, la autoridad y los medios para realizar las funciones que han cumplido durante más de tres siglos.
No ha surgido otra institución capaz de garantizar la seguridad de las sociedades, ejercer el monopolio legítimo de la fuerza, mantener el Estado de Derecho, o de cobrar impuestos y decidir cómo gastarlos.[37]
La Unión Europea es el caso más avanzado de una institución supranacional que asume funciones soberanas de los Estados. Sin embargo, no los ha sustituido ni pretende hacerlo. Además, evoluciona a partir de decisiones soberanas de los países que la conforman.
Tampoco hay una institución que los reemplace como la unidad básica del sistema internacional, ni que pueda regular legítimamente las relaciones entre ellos y los demás actores no gubernamentales a través de tratados, normas e instituciones.[38]
Organizaciones como la OMC establecen nuevas normas internacionales. Pero también en este caso, el apego a tales disposiciones es una decisión soberana de los Estados.
Más que imponer sus reglas inexorablemente o crear instituciones que sustituyan al Estado, las transformaciones mundiales están modificando las condiciones para que cumpla sus funciones.
En particular, lo que está cambiando es la naturaleza del poder y su distribución dentro de los Estados, entre los Estados, y entre éstos y los actores no gubernamentales.
En opinión de Joe Nye, a partir del fin de la Guerra Fría el poder mundial se está redistribuyendo en un esquema tridimensional.[39]
La estructura de poder militar es unipolar, con Estados Unidos como potencia dominante; el poder económico se distribuye en forma multipolar, entre Estados Unidos, Europa y Japón, que generan dos terceras partes de la producción mundial; y las relaciones transnacionales conforman un tercer nivel de poder difuso entre los múltiples actores que rebasan el ámbito de los gobiernos.
Estos cambios no sólo afectan a los Estados, sino a todo el sistema internacional. El sistema está cambiando de facto más que de jure, porque sus normas e instituciones datan en su gran mayoría de hace medio siglo. Esto ha provocado que diversos especialistas consideren que el orden bipolar de la Guerra Fría ha sido reemplazado por un “nuevo desorden mundial”.[40]
Históricamente, las principales reformas al sistema se han presentado al término de conflictos que reacomodan el equilibrio de poder internacional, como sucedió al final de las dos Guerras Mundiales.
Sin embargo, el fin de la Guerra Fría no trajo consigo una reestructuración a fondo del sistema. Como resultado, a pesar de todos sus avances y logros, es rebasado cotidianamente por una realidad que cambia a la velocidad de la luz.
En este contexto, México y los demás Estados compartimos enormes desafíos globales, sin contar con mecanismos internacionales eficientes y equitativos para superarlos.
Los desafíos del sistema internacional
A nivel económico, la ONU reconoce que el sistema actual es incapaz de mantener a salvo la economía mundial de las volátiles crisis financieras.[41]
Lo mismo sucede con los diversos asuntos políticos relacionados directamente con el Derecho Internacional.
Al término de la II Guerra Mundial se establecieron normas para impedir las guerras y asegurar que las partes beligerantes se apegaran a ciertos principios cuando los conflictos fueran inevitables.
Sin embargo, de 1945 a la fecha han muerto más de 40 millones de personas en cerca de 160 guerras y conflictos armados.[42]
Además, los mecanismos del sistema internacional fueron diseñados para evitar y resolver guerras entre Estados, no los conflictos internos que hoy constituyen la mayor amenaza a la seguridad mundial.
La ineficacia de estos mecanismos la expuso claramente el maestro Christopher Greenwood el año pasado, en el 40 Aniversario del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Al hablar de los cambios en la naturaleza de las amenazas a la paz, no hubo un solo caso en que no señalara que el Derecho Internacional sea vago, confuso, incompleto o impracticable para enfrentarlas.[43]
Estos vacíos provocan que conflictos armados como el de Kosovo traten de resolverse con estrategias ad hoc de las potencias dominantes. Estrategias que no responden a procedimientos claros y que se sustentan más en su poder y agendas particulares, que en el consenso o la cooperación entre la comunidad de naciones.
Así, está surgiendo un nuevo intervencionismo al margen de las normas del Derecho Internacional.
El nuevo intervencionismo busca acabar con la guerra y la matanza de civiles en países como Yugoslavia, recurriendo a la guerra y matanza de civiles, y sus criterios para actuar no los determina la ONU, sino CNN.[44] Las imágenes que proyectan los medios generan corrientes de opinión que presionan a los gobiernos de algunos países para resolver los conflictos internos de otros Estados.[45]
De esta forma, la comunidad internacional termina por aceptar una intervención militar en Kosovo, dirigida por la OTAN y no por la ONU, bajo la justificación humanitaria de evitar un genocidio.
Sin embargo, permanece impasible ante una guerra civil en Ruanda que ha costado la vida a cerca de un millón de personas.[46] Una matanza que según el ex-comandante canadiense de la fuerza multinacional que operaba en ese país, podría evitarse con cinco mil soldados de la ONU.[47]
Las limitaciones de la ley internacional y el predominio de algunos países también se manifiestan en otros asuntos, como la protección de los derechos humanos.
Las distintas convenciones y mecanismos internacionales contra la tortura o el genocidio son de los más ratificados por la comunidad de naciones. Y representan uno de los mayores avances para hacer de las personas sujetos activos del Derecho Internacional.[48]
Para Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura de 1986, reconocer que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos es la mejor idea del milenio que termina.[49] Es cierto. Pero la pretensión de algunos países de definir estos derechos a partir de sus propios valores y de supervisar unilateralmente su protección, es una de las peores ideas del milenio que comienza.
Las normas y procedimientos de los organismos internacionales responsables de proteger los derechos humanos son ambiguos e insuficientes en muchos sentidos. La detención de Augusto Pinochet muestra las innumerables dificultades teóricas y prácticas para definir y castigar crímenes contra la humanidad.
Más allá de este caso en particular, el Canciller chileno, Don Miguel Insulza, expuso un argumento que debemos considerar. En una carta dirigida al Secretario General de la ONU, señala que:
“La tendencia hacia la universalización de la justicia y los derechos humanos, que debemos promover y fortalecer, no puede llevarse adelante en detrimento de la soberanía de los Estados y su igualdad jurídica. De vulnerarse esos principios con acciones unilaterales, la universalidad de la jurisdicción penal se convertiría en un factor de anarquía internacional que permitiría a los Estados más poderosos arrogarse la facultad de ser, selectivamente, justicieros de los más débiles”.[50]
Esta argumentación es igualmente válida en asuntos como el combate al crimen organizado. La falta de instituciones y procedimientos claros y efectivos para afrontar estos desafíos, da pie a que un solo Estado se autonombre juez para certificar cuáles países cumplen su parte y cuáles no.
Así, el nuevo intervencionismo y las acciones unilaterales para enfrentar los desafíos globales están generando más dificultades de las que resuelven; en vez de promover, entorpecen el consenso y la cooperación internacional.
Desafíos para la política exterior de México
En este contexto mundial de cambio, desorden e incertidumbre, debemos plantear nuevas estrategias y acciones para alcanzar los objetivos de la política exterior mexicana.
Con base en nuestros principios, tenemos que ajustar las estrategias para fortalecer la soberanía, promover nuestros intereses y contribuir a la solución de los desafíos globales a través de la cooperación.
A pesar de que se está desarrollando un nuevo intervencionismo, incluso con la anuencia de la ONU; de que diversas leyes internacionales son interpretadas y aplicadas discrecionalmente en asuntos como la protección de los derechos humanos; de que algunas comunidades intra-nacionales pretenden hacer del derecho a la autodeterminación el derecho a la secesión;[51] y aunque la igualdad jurídica de los Estados no se aplica en muchas ocasiones,[52] los principios de la política exterior mexicana siguen siendo válidos y funcionales para regir nuestra convivencia con el mundo.
Son acordes con las normas definidas por consenso entre la comunidad de naciones.
Desde 1945 fueron incorporados en la Carta de San Francisco y, en 1970, la Asamblea General de la ONU los incluyó en la Declaración de Principios del Derecho Internacional Relativos a las Relaciones de Amistad y Cooperación entre los Estados.[53]
Lo que está cambiando constantemente son las condiciones para impulsar los objetivos de la política exterior mexicana.
México tiene que defender su soberanía ante los retos que se derivan de los procesos de integración y fragmentación entre Estados y actores no gubernamentales, y debe impulsar sus intereses ante cambios acelerados que modifican todos los ámbitos de la vida humana y profundizan la competencia económica, política, informativa y cultural entre los países.
Al mismo tiempo, tiene que contribuir a que la comunidad de naciones encuentre alternativas eficaces y equitativas para superar los desafíos de la agenda global por medio de la cooperación.
Para alcanzar estos objetivos, hay que ajustar los mecanismos de la política exterior a partir de estrategias que no sólo respondan a los cambios, sino que se adelanten a ellos y nos abran opciones.
El fortalecimiento de la soberanía
La primera tarea, fortalecer la soberanía nacional, depende básicamente de las acciones que llevemos a cabo en México y de nuestra capacidad para proyectarlas eficazmente al exterior.
La soberanía se fortalecerá con instituciones que profundicen la democracia, hagan valer el Estado de Derecho y afiancen una cultura de respeto y protección de los derechos humanos.
La soberanía se fortalecerá con una economía competitiva, capaz de crecer sostenidamente, crear empleos, abatir la pobreza extrema y elevar el nivel de vida en todas las regiones del país.
La soberanía se fortalecerá con una población sana, bien alimentada y mejor educada. Y con la extraordinaria capacidad de los mexicanos para asimilar las influencias del exterior, preservando nuestros valores e identidad.
En la era de la información, tenemos que difundir y proyectar cada avance en estos terrenos. La comunicación se ha convertido en una condición de fondo, y no sólo de forma, para alcanzar los objetivos de la política exterior y fortalecer cada vez más la credibilidad y la imagen de México.
Para lograrlo, tenemos que generar y difundir información confiable, oportuna y consistente para mostrar al mundo, por todos los medios disponibles, el dinamismo de nuestra sociedad y la extraordinaria riqueza y diversidad de nuestra cultura.
Promoción de los intereses de México en el mundo
Con estas bases, podremos aprovechar más la globalización económica, contrarrestar sus efectos negativos y promover mejor nuestros intereses.
El rumbo de la política internacional, y en gran medida de la economía global, estará determinado por la evolución de las relaciones entre Estados Unidos y Europa, así como por el papel que asuman potencias regionales como China, que en dos décadas más tendrá un poderío equivalente al de Estados Unidos.[54]
Este escenario reafirma la importancia de fortalecer y diversificar las relaciones de México con el mundo.
Contamos con una gran ventaja comparativa. La geografía, la historia y la cultura nos vinculan con cuatro zonas estratégicas: América Latina, Norteamérica, Europa y el Pacífico Asiático.
Los tratados de libre comercio con países latinoamericanos, el TLC, el próximo acuerdo con la Unión Europea y un posible acuerdo adicional con Japón, nos están dando acceso a otros mercados. Ahora, tenemos que redoblar los esfuerzos para consolidar y ampliar nuestros vínculos políticos, económicos y de cooperación con estas regiones.
La reforma estructural de nuestra economía nos ha permitido mantener la estabilidad y el crecimiento ante las turbulencias de la economía global, y nos da la posibilidad de competir en mejores condiciones.
Debemos complementar estos avances con una creciente cooperación para el desarrollo. Sobre todo, hay que promover un serio esfuerzo entre la comunidad internacional para enfocar el desarrollo científico y tecnológico a la atención de nuestras necesidades básicas.
Hay que acceder a los adelantos en campos como la genética y la biotecnología para elevar la calidad de vida de todos los mexicanos, para controlar epidemias, mejorar los servicios de salud, impulsar la producción agrícola y preservar el medio ambiente. Más que nada, para abatir la pobreza extrema.
Para hacer que estas acciones lleguen realmente a toda la población mexicana, debemos considerar a los millones de connacionales que viven fuera de nuestras fronteras. Tenemos que fortalecer las acciones de protección de las comunidades mexicanas que residen en el exterior, y los esfuerzos por contribuir a mejorar su calidad de vida y consolidar los vínculos que las unen a nuestro país.
Promoción de la cooperación internacional
La cooperación internacional no sólo es una forma de acceder a tecnologías, recursos y conocimientos para nuestro desarrollo, sino para superar los desafíos transnacionales que ya caracterizan al siglo XXI. Por su naturaleza, los retos que enfrenta la comunidad de naciones sólo podrán ser superados mediante la cooperación.
Necesitamos un sistema internacional con capacidad de abatir la pobreza extrema; de dar oportunidades a la gente en sus propios países para que no tengan que emigrar; de promover el desarrollo sustentable y equilibrado de la humanidad; de combatir el crimen organizado que amenaza la seguridad y la salud de los jóvenes de todo el planeta; y de prevenir y solucionar los conflictos armados que ponen en peligro la paz internacional.
Para lograrlo, debemos contribuir a la consolidación de normas e instituciones internacionales eficientes, basadas en el consenso y la cooperación.
Desde el fin de la Guerra Fría, México, otros países, instituciones académicas, centros de investigación, ONGs y el propio Secretario General de la ONU, Kofi Annan, han hecho propuestas concretas para reformar el Sistema de las Naciones Unidas. Este es un paso que no puede esperar más.
A su vez, México tiene que participar en los esfuerzos por renovar el Derecho Internacional. Como ha señalado el maestro Seara Vázquez:
“El Derecho Internacional (no puede concebirse) como un conjunto normativo cristalizado en forma determinada, sino como algo en constante transformación para adaptarse a la realidad cambiante”.[55]
Desde esta perspectiva, el reto es establecer normas realmente prácticas, útiles y equitativas para regular la convivencia entre los Estados. Y entre éstos y los actores que ocupan mayores espacios de poder e influencia en el sistema internacional.
Una de las tareas más importantes que México tiene que hacer para alcanzar estos objetivos de política exterior es formar internacionalistas cada vez más profesionales y capacitados.
Hay que hacer un gran esfuerzo por impulsar una educación de excelencia que nos permita preparar funcionarios, diplomáticos y académicos con capacidad de renovar la política exterior mexicana.
Sobre todo, para que hagan carrera en las instituciones internacionales, se incorporen a sus órganos directivos y logren que nuestro país tenga mayor presencia en el sistema internacional.
Así, mantendremos la rica tradición diplomática que nos han legado mexicanos ilustres como Matías Romero, Genaro Estrada y Alfonso García Robles.
Señoras y señores:
Vivimos tiempos que demandan estrategias y acciones de política exterior flexibles, novedosas e imaginativas.
A pesar de la incertidumbre que caracteriza nuestra época, los procesos de cambio en los que estamos inmersos no son inexorables o incontrolables. Depende de cada uno de nosotros, de México y de la comunidad de naciones, aprovechar las oportunidades y superar los desafíos que se nos presentan.
No podemos ser pasivos ante los cambios. Tenemos que ser más activos que reactivos.
En México, debemos aprovechar las bases con las que contamos y definir estrategias con visión de mediano y largo plazos para impulsar nuestro desarrollo y los objetivos de nuestra política exterior.
La Academia Mexicana de Derecho Internacional tiene un papel clave que jugar en estas tareas. Para ello, tenemos que promover el debate a través de Internet, videoconferencias, publicaciones, foros y seminarios.
El proceso electoral nos ofrece una oportunidad única para discutir nuestra visión sobre el futuro de México en el escenario mundial. Convoquemos a los aspirantes a la Presidencia de la República a que expongan sus propuestas de política exterior. Invitemos a participar en estos encuentros a funcionarios, diplomáticos, académicos y analistas de nuestro país y del mundo.
A lo largo de su historia, la Academia Mexicana de Derecho Internacional ha contribuido a sentar las bases de una política exterior sólida y eficaz, que le ha ganado a México el reconocimiento internacional.
Nunca como ahora se había necesitado tanto el talento y la visión de sus miembros para fortalecer la política exterior mexicana. Necesitamos nuevas estrategias para impulsar nuestro desarrollo y prosperidad, proyectarnos como un país soberano y como un actor relevante en el sistema internacional.
En la medida que alcancemos estos objetivos, lograremos que el inicio del tercer milenio sea, realmente, el principio de una nueva era de seguridad, prosperidad y justicia para México y el mundo.
Muchas gracias.
[1] David Rothkopf, Cyberpolitik: The Changing Nature of Power in the Information Age, Journal of International Affairs, primavera de 1998, p. 327.
[2] Daniel Philpott, Sovereignty: An Introduction and Brief History, Journal of International Affairs, invierno de 1995, pp. 353-368.
[3] Emma Rothschild, Globalization and the Return of History, Foreign Policy, verano de 1999, p. 107.
[4] Marshall McLuhan, Understanding the Media: The Extensions of Man, MIT Press, 1964; John Herz, The Nation-State and the Crisis of World Politics, David McKay Company, 1976, pp. 172-174.
[5] John Herz, Ibid.
[6] The Economist, A Survey of the New Geopolitics: The Road to 2050, 31 de julio de 1999, p. 1.
[7] Thomas Van Dervort, International Law and Organization, Sage Publications, Londres, 1997, p. 331.
[8] Felipe González, Más allá del neoliberalismo, Nexos, marzo de 1998, p. 42.
[9] Farouk Mawlawi, New Conflicts, New Challenges: The Evolving Role for Non-Governmental Actors, Journal of International Affairs, invierno 1993, p. 394.
[10] Max Frankel, Our Humanity Vs. Their Sovereignty, The New York Times Magazine, 2 de mayo de 1999, p. 36.
[11] International Data Corp., Internet Commerce Will Rocket to More than $1 Trillion by 2003, 28 de junio de 1999, www.idc.com; Datamonitor, 545 Million User Accounts Globally by 2003, 11 de agosto de 1999, www.nua.ie
[12] James Rosenau, Multilateral Governance and the Nation-State System: A Post-Cold War Assessement, Inter-American Dialogue, Ocasional Papers in Western Hemispheric Governance No. 1, Washington, D.C., 1996, pp. 1 y 3.
[13] The Economist, Fifty Years On, 16 de mayo de 1998, p. 23.
[14] Ibid., p. 22.
[15] David Rothkopf, op. cit., p. 337.
[16] Eric Helleiner, Electronic Money: A Challenge to the Sovereign State?, Journal of International Affairs, primavera de 1998, p. 389.
[17] PNUD, Reporte de Desarrollo Humano 1999, p. 1.
[18] Charles William Maynes, Squandering Triumph, Foreign Affairs, enero-febrero de 1999, p. 19.
[19] Robert Kaplan, The Coming Anarchy, The Atlantic Monthly, febrero de 1994, pp. 44-76.
[20] Patrick Hughes, Global Threats and Challenges: The Decades Ahead, U.S. Defense Intelligence Agency, 28 de mayo de 1999, www.dia.mil
[21] Amartya Sen, Development: A Coin with Two Sides, The International Herald Tribune, 5 de mayo de 1999, citado en www.worldbank.org; PNUD, Reporte de Desarrollo Humano 1999, op. cit., p. 3.
[22] Time, Numbers, 19 de abril de 1999, p. 10; Banco Mundial, Total GNP 1997, World Development Indicators.
[23] The Economist, A Survey of the New Geopolitics, op. cit., p. 14; BusinessWeek, 21 Ideas for the 21st century, 30 de agosto de 1999, pp. 37-85.
[24] Jeffrey Sachs, Helping the world´s poorest, The Economist, 14 de agosto de 1999, p. 20.
[25] Louise Shelley, Transnational Organized Crime: An Imminent Threat to the Nation State?, Journal of International Affairs, invierno de 1995, p. 463.
[26] PNUD, Reporte de Desarrollo Humano 1999, op. cit., p.5.
[27] OMC, El comercio mundial crece más lentamente en 1998, tras un alza de inusitadas proporciones en 1997, 16 de abril de 1999, www.wto.org.
[28] Benjamin Barber, Jihad Vs. McWorld, The Atlantic Monthly, marzo de 1992.
[29] Samuel Huntington, The Clash of Civilizations, Foreign Affairs, verano de 1993, pp. 22-49.
[30] Samuel Huntington, The Lonely Superpower, Foreign Affairs, marzo-abril de 1999, pp. 35-49.
[31]James Dougherty y Robert Pfaltzgraff, Contending Theories of International Relations: a Comprehensive Survey, Longman, N.Y., 1996, pp. 5-45; y Stephen Walt, International Relations: One World Many Theories, Foreign Policy, primavera de 1998, p. 43.
[32] Jean-Marie Guehenno, Globalisation and its impact on international strategy, The IISS 40th Annual Conference, 3-6 de septiembre de 1998, pp. 1-23.
[33] James Rosenau, op. cit.; y Samuel Huntington, The Lonely Superpower, op. cit., p. 36.
[34] OCDE, The World in 2020, Towards a New Global Age, 1997, pp. 144.
[35] The Economist, A Survey of the New Geopolitics, op. cit.
[36] Daniel Philpott, op. cit., pp. 353-357.
[37] The Economist, A Survey of the New Geopolitics, op. cit., p. 8.
[38] Ibid., pp. 8-9.
[39] Joseph Nye, Redefining the National Interest, Foreign Affairs, julio-agosto de 1999, p. 24.
[40] Henry Kissinger, New World Disorder, Newsweek, 31 de mayo de 1999, p. 14.
[41] ONU, Carta del Secretario General al G8, 26 de mayo de 1999, www.un.org
[42] Centro de Investigación para la Paz, citado por Cecilia González, Un mundo en guerra, suplemento “Enfoque” de Reforma, 27 de junio de 1999, p. 4.
[43] Christopher Greenwood, International Law and the Conduct of War, The IISS 40th Annual Conference, 3-6 de septiembre de 1998, pp. 3, 4, 7, 8, 9, 16, 17, 18, 21 y 22.
[44] Joseph Nye, op. cit., p. 26.
[45] David Rothkopf, op. cit, p. 329.
[46] Massimo Calabresi, As Kosovo Burns, Time, 19 de abril de 1999, p. 20.
[47] Tina Rosenberg, The Unfinished Revolution of 1989, Foreign Policy, verano de 1999, p. 100.
[48] The Economist, A Survey of Human-Rights Law: The world is watching, 5 de diciembre de 1998, pp. 1-16.
[49] Wole Soyinka, Every Dictator’s Nightmare, The New York Times Magazine, 18 de abril de 1999, pp. 90-92.
[50] Citada por Daniel Martínez, Juicio a Pinochet: ¿olvidar lo que no se puede juzgar?, Milenio, 29 de marzo de 1999, p. 19.
[51] Thomas Van Dervort, op. cit., p. 331.
[52] Modesto Seara Vázquez, Derecho Internacional Público, Editorial Porrúa, México, 1994, p. 19.
[53] Thomas Van Dervort, op. cit., p. 330.
[54] En el año 2020, “China’s ‘comprehensive national power’ will have caught up with America’s”, The Economist, A Survey of the New Geopolitics, op. cit., p. 15.
[55] Modesto Seara Vázquez, op. cit., p. 27.